- El populismo contemporáneo ha encontrado en la descalificación sistemática de la prensa y de sus críticos una herramienta eficaz para consolidar su narrativa. Tanto en Estados Unidos, con Donald Trump, como en México, con Andrés Manuel López Obrador, ahora Claudia Sheimbaum, los medios de comunicación han dejado de ser actores neutrales del debate público para convertirse, en palabras de ambos líderes, en “enemigos del pueblo” o “voceros del conservadurismo”. Esta dinámica no solo tensiona la relación entre el poder y el periodismo, sino que plantea un reto estructural a la democracia misma.
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Donald Trump: la estrategia del antagonismo
Desde su irrupción en la política en 2015, Donald Trump hizo de la confrontación con los medios uno de los pilares de su estrategia comunicativa. En cada mitin, señalaba con el dedo a los reporteros presentes. En redes sociales, los calificaba de “fake news”. Su retórica buscó deslegitimar cualquier cuestionamiento con una fórmula sencilla: si no estás conmigo, eres parte de una élite corrupta que quiere silenciar la “verdad del pueblo”.
Su presidencia fue un terreno fértil para la desinformación, con más de 30 mil afirmaciones falsas o engañosas registradas por medios como The Washington Post. La consecuencia fue una ciudadanía cada vez más dividida no solo en términos ideológicos, sino en cuanto a la percepción de los hechos básicos. El periodismo quedó atrapado en una paradoja: debía cubrir al presidente, pero sin amplificar sus mentiras. Lo hizo, a veces con torpeza, a veces con valentía, pero siempre bajo fuego.
México y el populismo en el poder: el caso AMLO
En México, la narrativa tiene otros matices, pero el guion es inquietantemente similar. Desde Palacio Nacional, el expresidente López Obrador y ahora la Presidenta Sheimbaum han construido una narrativa polarizadora en la que divide al país entre “el pueblo bueno” y una supuesta élite “fifí”, a la que acusa de todos los males históricos del país. En este esquema, periodistas críticos, medios independientes, intelectuales, científicos e incluso organismos autónomos han sido objeto de ataques verbales, sospechas infundadas o campañas de desprestigio.
La conferencia matutina diaria del presidente, conocida como la mañanera, se ha convertido en un espacio de poder mediático sin precedentes, desde donde se dictan líneas discursivas, se responde a críticas, y se señala públicamente a adversarios, muchas veces sin evidencia. En más de una ocasión, datos imprecisos o falsos han sido utilizados para desacreditar investigaciones periodísticas o posturas disidentes.
El caso más simbólico de esta estrategia es la creación de la sección “Quién es quién en las mentiras”, en la que funcionarios del gobierno federal descalifican, sin posibilidad de réplica, el trabajo de reporteros y medios críticos. Para muchos observadores, esta sección no busca informar, sino intimidar.
El populismo y la erosión del prestigio público
Tanto en EE. UU. como en México, el fenómeno populista comparte una lógica: socavar el prestigio de quienes representan un contrapeso. En lugar de responder con hechos y argumentos, se recurre a la descalificación moral: el periodista no se equivoca, sino que miente con dolo; el investigador no cuestiona, sino que conspira; el juez no interpreta la ley, sino que defiende intereses oscuros.
Este ataque sistemático al prestigio de las personas genera un efecto devastador: el descrédito total de la conversación pública. Cuando todo puede ser desmentido desde el poder sin consecuencias, el valor de la verdad se diluye. En ese terreno, el populismo gana por default: el poder ya no se ejerce desde el argumento, sino desde el volumen y la repetición.
¿Y el periodismo? Resistir sin caer en la trampa
El periodismo, en ambos países, enfrenta un desafío sin precedentes: ¿cómo cubrir a líderes que mienten abiertamente sin amplificar sus falacias?, ¿cómo defender la verdad sin parecer parte de una oposición política?, ¿cómo ejercer su labor sin exponerse a represalias o al descrédito público?
Algunas redacciones han optado por reforzar sus estándares de verificación, otras por innovar en formatos que expliquen el contexto detrás de cada declaración del poder. En México, medios como Animal Político o Proceso han demostrado que es posible resistir con rigor y sin estridencias. En EE. UU., ProPublica, The New York Times y The Atlantic han sido clave en documentar los abusos del trumpismo.
Pero el reto sigue siendo frustrante: el poder populista no necesita demostrar que tiene razón, solo necesita sembrar la duda sobre quienes lo critican. En ese terreno, el periodismo está obligado a reinventarse para no quedar atrapado en la lógica del enemigo.
La relación entre populismo y periodismo no es solo un conflicto de narrativas; es una disputa por el significado de la verdad en el espacio público. Lo que está en juego no es únicamente la libertad de prensa, sino la posibilidad misma de una ciudadanía informada. Frente a liderazgos que se sienten cómodos desinformando y desacreditando, el periodismo no puede resignarse a ser solo un notario de lo que ocurre. Debe ser, con más fuerza que nunca, un contrapoder ético, riguroso y valiente.
La Gaceta Yucatán—Redacción.