- Poner orden en casa: AMLO impone a su hijo Andy como sucesor, pero su perfil genera rechazo dentro y fuera de Morena
En el ajedrez político de la Cuarta Transformación, una pieza inesperada ha comenzado a mover con fuerza: Andrés Manuel López Beltrán, conocido como “Andy”, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador, se perfila como el sucesor no oficial de la presidenta Claudia Sheinbaum. Aunque aún no hay nombramientos ni candidaturas formales, en los pasillos del poder ya se comenta lo que muchos temían: el lopezobradorismo busca perpetuarse a través de un heredero directo.
La política mexicana ha normalizado el término “politiquería” para descalificar los movimientos típicos del poder. Pero en el caso de Andy López Beltrán, el término adquiere un nuevo matiz: el de la sucesión dinástica. En su momento, López Obrador criticó con dureza el nepotismo y las estructuras oligárquicas del poder. Hoy, paradójicamente, impulsa a su hijo con las mismas prácticas que tanto denunció.
El delfín en la sombra
Andy, hasta hace poco un operador discreto dentro del aparato de Morena, ha pasado a ser uno de los nombres más mencionados en la carrera presidencial de 2030. Aunque sin cargos de elección popular, su influencia es notoria, y su reciente protagonismo ha encendido las alertas dentro del propio partido.
Su viaje a Japón en pleno cónclave del Consejo Nacional de Morena desató críticas dentro y fuera de la 4T. En lugar de mostrar sensibilidad política o responsabilidad partidista, López Beltrán eligió la discrecionalidad de un paseo internacional acompañado de uno de sus socios más cuestionados. Para muchos, este viaje fue más que una señal de indiferencia: fue la confirmación de un nuevo estilo de ejercer el poder, lejano a la austeridad republicana de su padre.
Heredero del nombre, no de las formas
El hijo del expresidente no parece compartir ni la piel gruesa ni el colmillo político de su progenitor. Su reacción ante los señalamientos ha sido de enojo y cerrazón, comportamientos que lo colocan más cerca de figuras impopulares como la gobernadora Rocío Nahle o el senador Gerardo Fernández Noroña, que del carismático líder que fue su padre. Su incapacidad para capitalizar el escrutinio a su favor —como sí lo hizo López Obrador durante su larga carrera— revela que Andy no está listo para el peso de la sucesión.
Y aunque algunos justifican sus errores por juventud o inexperiencia, la realidad es que Andy ya no es tan joven y su cercanía con el poder lo obliga a un estándar mucho más alto. Si quiere ser visto como un presidenciable, debe asumir que las reglas del juego no le serán suaves, y que el apellido no alcanza para blindarlo del juicio público.
El malestar en Palacio
Dentro del círculo cercano a Claudia Sheinbaum no ha pasado desapercibido el ascenso de López Beltrán. Para algunos analistas y operadores políticos, las fracturas internas en Morena —particularmente entre los fieles a AMLO y los leales a la presidenta— se están agudizando. El avance del “hijo incómodo” podría, irónicamente, fortalecer a Sheinbaum al mostrar una disfuncionalidad en la continuidad obradorista.
La presidenta, que debe mantener la cohesión de una coalición amplia y contradictoria, enfrenta el reto de contener una figura heredada que no ayuda a la estabilidad del proyecto. Una purga interna, por razones éticas o estratégicas, podría dividir al movimiento. Pero no actuar también puede ser costoso.
¿Intervención externa?
El escenario se complica aún más si, como se rumora, Estados Unidos —a través de sus agencias e intereses diplomáticos— comienza a presionar por un “reordenamiento interno” en México. La percepción de tráfico de influencias, enriquecimiento inexplicable y nepotismo podría convertirse en un problema internacional si las denuncias sobre López Beltrán siguen acumulándose.
Paradójicamente, podría ser el “peor gobierno en la historia reciente de EE.UU.”, como lo calificó alguna vez el propio AMLO, quien marque la pauta para poner orden en la casa de la 4T. Sería un giro tan simbólicamente potente como políticamente explosivo.
Andy López Beltrán ha pasado de ser un operador de bajo perfil a un aspirante presidencial no declarado. Su apellido lo proyecta, pero sus formas lo condenan. El lopezobradorismo enfrenta su mayor contradicción: haberse construido sobre la ética y terminar apostando por la herencia. En un país cansado de simulaciones, el sucesor impuesto podría convertirse en el punto de quiebre de la 4T.
La Gaceta Yucatán—Redacción.